sábado, 31 de octubre de 2015

Phnom Penh. La prisión S-21, el museo de los horrores


Estábamos en Phnom Penh, la capital de Camboya, una ciudad sin aparentemente mucho que ver. Sin embargo guarda mucha historia y mucho crimen, que en un viaje a este país creemos que es necesario conocer, de igual manera que lo puede ser ver sus templos considerados como una de las Maravillas del Mundo. 

¿A qué grado de crueldad puede llegar el ser humano? ¿Cuánto sufrimiento es capaz de poder soportar una persona? Dos preguntas que te planteas desde el primer momento que pisas la Prisión S-21, también conocida como el Museo Tuol Sleng.



El Museo de los Crímenes Genocidas de "Toul Sleng" es el museo de los horrores. Un lugar escalofriante, donde sucedieron infinidad de atrocidades, y que se ha guardado intacto desde que las tropas vietnamitas acabaron con la pesadilla del pueblo camboyano. Una realidad y unos hechos que ocurrieron no hace tantos años.

Durante el régimen comunista de Pol Pot, entre 1975 y 1979, los jémeres rojos ocuparon un instituto de secundaria y lo convirtieron en un centro de interrogación y tortura. Allí llevaban a todo aquel que consideraban enemigo o espía del estado, y aunque no fueran ni lo uno ni lo otro, les torturaban hasta que confesaban cualquier delito y dijeran los nombres de todos los miembros de su familia, a los que por rebote eran igualmente considerados traicioneros, y por ende les tocaba también el mismo castigo. Se habla de que llegaban a morir allí hasta 100 personas diarias!!! Cuatro terroríficos años, en los que las calles quedaron desiertas y hasta 1/4 de la población falleció.


Un terrible episodio, bastante reciente y que perdurará para siempre en las mentes de los camboyanos. Tras la mirada de muchas de las personas que conocimos, se esconde la tristeza por lo ocurrido... Muy probablemente esté latente la pérdida de algún ser querido, o conocerán a alguien cercano que sí los haya perdido.

El instituto, en malas condiciones, mantiene sus aulas e instalaciones tal como encontraron este sitio secreto, al que llamaban entre ellos S-21. Dos módulos, varias plantas, en las que durante la visita reina el más absoluto silencio. Apenas hay gente, unos pensativos y otros conteniendo la emoción.

En la primera planta se encontraban las habitaciones de torturas. Todo estaba en su lugar. Un somier oxidado en una amplia y desnuda habitación por la que entraban unos haces de luz entre los ladrillos de la parte superior de la pared. Junto a la cama, los hierros del dolor, con los que azotaban, ataban y machacaban los huesos de los prisioneros. El horror de lo que fue, quedaba plasmado en una fotografía que colgaba de la pared, en la que se veía como sucedía la escena del crimen. Las marcas de sangre en la foto, siguen marcadas y adheridas a las baldosas del suelo, justo en el mismo exacto lugar que se ven. No das crédito de lo que se vivió entre esas cuatro paredes. Fue ayer y las huellas siguen hoy ahí. A la entrada de algunas habitaciones, sigue la pizarra colgada, en la que aún borrada, se notan las últimas lecciones allí apuntadas. Esto nos recuerda que aquel horrible lugar, algún día fue un centro de educación, lo cual también estaba prohibido.


Sacas alguna que otra foto, te sientes mal. No deberías. No está permitido. No hay nadie. Estáis solos. Sigues viendo el horror. Avanzas a los pisos de arriba, y cuando tímidamente sacas el objetivo, oyes pasos, tienes miedo. ¿Y si me pillan? ... no piensas en la bronca, con razón, por lo no ético, ni en la multa. Ves tanto horror a tu alrededor, que piensas en si aún existe alguna mente enfermiza, de alguno de aquellos animales despiadados, y te cogen haciendo algo que no debes, si pagarás duramente por ello. Es paranoia, aquello acabó pero existió, y caminando por aquellos largos pasillos parece que aún sigue estando todo ahí. La visita te absorbe, te traslada. Te entran escalofríos e incluso nauseas.


Arriba en las aulas los hacinaban como animales, en apenas un metro cuadrado, esperando a que les llegara su momento de tortura. Uno puede incluso entrar en esas minúsculas celdas improvisadas unas de ladrillos y otras de madera. No soy capaz, tengo que esperar a Guillermo fuera. Es demasiado.


Me quedo fuera en el pasillo, pensando e intentando asimilar. Desde allí miro al patio donde se exponen algunas máquinas de tortura, donde los colgaban, azotaban, y los ahogaban metiéndoles la cabeza en una cubeta de agua. Todo estaba prohibido, todo era motivo de castigo. Un enorme cartel con la normas, entre las que me llama la atención la número 6 : "Mientras se esten recibiendo latigazos o descargas eléctricas no se puede llorar" ¿Es que se puede contener el dolor?

No hay escapatoria, redes metálicas cierran los balcones, no es para evitar que escapen, es para evitar que se suiciden.


En el otro módulo, a modo de museo, se exponen las máquinas de tortura, y centenares de rostros fotografiados. La expresión de sus ojos lo dice todo. Hay hombres, mujeres, niños, e incluso me impacta una especialmente de una mujer que va a recibir descargas en la cabeza, y en su regazo aguanta a su hijo! Dios mío, aquellos fotógrafos y pintores que reflejaron toda aquella crudeza, cuánto tendrían también que soportar solo por sobrevivir. De hecho sólo hubo 12 supervivientes, entre los que se encontraban ellos.

La última sala muestra en una de las vitrinas las ropas sucias, desgarradas, y manchadas por el dolor, mientras que en la otra se apilan un montón de cráneos. La visita nos supera... nunca habíamos visto algo igual.

Nos dejó tal sabor amargo y triste, como para sentirnos incapaces de continuar la visita en los campos de exterminio de Choeung Ek, situados a unos 14 kms. de la ciudad. Aquello que vimos, y las sensaciones que nos produjo el lugar fueron más que suficiente...

Sientes rabia e impotencia, ¿dónde coño estaban la ONU y el resto de los países? ¿Cómo no fuimos capaces de impedirlo y parar ese horror antes? Desgraciadamente en el mundo ocurren constantemente atrocidades, y por temas políticos y económicos, o simplemente porque no nos toca nos volvemos sordos, mudos y ciegos.


El mayor enemigo del ser humano es el propio ser humano.






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