miércoles, 22 de julio de 2015

Muay Thai, la lucha tradicional tailandesa


Por fin! Curso de Open Water aprobado. Después de sentir en mis carnes el típico "me lleno de orgullo y satisfacción" era hora de ver qué más podía ofrecernos Koh Tao. Hacía algunos días que se me había metido en la cabeza el poder asistir a uno de esos combates tailandeses, el Muay Thai (o boxeo tailandés), y no paraba de intentar convencer a Gracia para que me acompañara. A ella, por supuesto, no le enamoraba la idea de ver a dos tíos pegándose de hostias. Hasta que ese mismo día apareció Nico, nuestro amigo y compañero argentino del curso de diving, con un folleto de un certamen que se celebraba esa misma noche. Como caído del cielo! Aunque no me va la violencia, es tan típico en la tradición tailandesa el entrenarse desde la cuna en este tipo de "danza", que quería tener la oportunidad de presenciar tremendo baile de sopapos gratuitos a diestro y siniestro por el mero hecho de llamarse cultura (creo que en España tampoco nos podemos quejar de tener ciertos eventos culturales no menos chocantes).



Media hora antes del combate pusimos rumbo al estadio, una especie de solar con un ring en el centro. Un montón de sillas a cada uno de los cuatro lados y con unas casetas que rodeaban una parte de su periferia. En la puerta, cómo no, había una pequeña mesa con un tío vendiendo entradas. Eran 500 baths por persona. Al ver el tipo de estadio que era y la poca gente que había apenas veinte minutos antes del combate, decidimos pedir al portero si podíamos entrar sólo para echar un vistazo sin pagar entrada. Deseo concedido! 

Nunca más volvimos a verlo, o por lo menos hicimos por no verlo jeje. Empezaban a llegar más extranjeros, cogimos sitio y nos diluimos entre la masa.

Era la hora. La somanta de hostias empezaba. Faltaba sólo poner en marcha el sistema de regadío. Yo invitaba primero. Un par de cervezas para Nico y para mi. Argentino y español viviendo aquello cual partido de fútbol Barça-Madrid, River-Boca. Estábamos preparados. Descubrimos entonces que serían 7 combates empezando por las categorías inferiores tanto de edad como de nivel.

Y ahí estaban! Los primeros contrincantes. Con no más de... 8 años cada uno!! Pero qué clase de cultura dejaba que a tan temprana edad dos mocosos se pegaran?


Antes de que sonara la campana los luchadores hacían una especie de baile del sambito, cada uno tenía el suyo personal. Era como una preparación-rezo-ofrenda estudiada para, supongo, acojonar al otro. A mi personalmente me resultó algo absurdo pero entretenía. Además, a mayor pavoneo peor era el tío. Así que podríamos decir que perro ladrador poco mordedor. Para este tipo de danza inicial llevaban puesto una especie de raqueta sin cuerda en la cabeza con el mango hacia atrás, adornado en su extremo por unas cintas (estoy seguro que la wikipedia sabe como se llama jeje). Acompañando a todo luchador siempre estaban los típicos pantalones de boxeo con sus adornos en forma de tigre, o fuego o rayo o fried rice chicken (bueno esto último no, pero creo que después de tanto comerlo ya lo veía en todos lados). El caso es que debajo, como supondréis, llevaban su coquilla. Algunos os preguntaréis que qué es eso. Pues sirve para evitar que te hagan cosquillas en los huevos con una patada. Simple y seguro.




Y sonó el timbre. Los niñ...esto no, perdón...los luchadores se saludan y empieza el combate. Primero se estudian, se repasan y se vuelven a estudiar. Uno suelta un poco el brazo para golpear el guante del contrario. El otro hace lo mismo. Unos cuantos más y de repente uno de ellos pega un guantazo en la jeta del otro crío, que parece que le duele porque se echa al suelo y empieza a llorar. Del llanto pasa al cabreo, se levanta y va como una furia hacia el otro sin técnica alguna pero provisto de una mala leche que enciende la grada. La gente grita. El chaval se crece. Y a mi me dan ganas de cogerles por las orejas y decirles aquello de "castigados sin recreo". Luego vendrían lo de "ha sido el", "no tú", etc.

Termina el combate y empieza otro. Y luego otro y otro y otro. La cerveza corre. Los ánimos se levantan. Te envalentonas junto a tu amigo y empiezas a gritar con el resto de la grada: "dale más", "al cuerpo", "pareces una nena". Vamos que salen tus peores demonios y gritas cual borracho extranjero con derecho a gritar lo que te venga en gana porque no te entiende ni dios y con la sensación de tener inmunidad diplomática.

Y llega el combate más importante. De entre todos los luchadores tan sólo hay uno que se diferencia del resto. Es el luchador que viene de Rusia. Supongo que sería algún extranjero de vacaciones al que convencerían para ponerse los guantes. El caso es que aparece en escena y todos los extranjeros allí congregados empezamos a gritar "ruso!, ruso!". Era algo más que un combate, algo más que dos simples personas. Era la grada extranjera contra la grada local! La gente vibraba de emoción. Corrían las apuestas y el alcohol. Y sonó la campana.


El tailandés preparado con su exquisita destreza en sus piernas a la hora de soltar patadas a la cabeza y al cuerpo. El ruso con sus puños demoledores que hacían preveer que era más boxeo lo que practicaba. Por cada patada tailandesa se contaban veinte puñetazos rusos. Era como si una apisonadora pasara por encima del pobre local. Intentaba zafarse pero le llovía por todos lados. No tenía tregua. Intentaba el tailandés respirar agarrándose al cuerpo del rival cuando sucedió lo inevitable: el ruso abrió brecha en la ceja. Empezó a manar la sangre recorriendo la cara del local y el combate se paró.


Última pelea de la noche. Lo mejorcito de Koh Tao subido en el cuadrilátero. Reparto de hostias, grada exaltada y golpe final de uno de ellos con patada en el aire golpeando cabeza del otro a través del empeine. KO. Cae al suelo con los ojos en blanco, le sacan la lengua para que no se ahogue y le extraen la coquilla para que respire (supongo que las partes nobles también necesitan airearse después de semejante chupinazo). Tardó 10 minutos en recobrar la conciencia y lo sacaron a rastras entre dos personas.


Y esto es todo amigos. Sangre, sudor y lágrimas. Cultura, tradición y hostias. De camino a casa, Nico y yo rememorábamos los mejores momentos. Era como si allí dentro, mirando al cuadrilátero mientras repartían patadas, salieran a la luz instintos animales. Algo muy muy parecido a cuando vas al fútbol y el árbitro pita un penalti inexistente en contra de tu equipo. Podía mirar aquello pensando que es el tercer mundo pero es que en el primero seguimos siendo igual de primates...o más.



Post escrito por Guillermo T.R.



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